Cuando llegamos a Palermo enseguida nos sorprendió el tráfico y la alocada forma de conducir que tienen en Italia. Ruido, polución y suciedad, unas primeras impresiones no muy buenas la verdad pero en cuanto dejamos las mochilas en el hotel, la magia de la ciudad nos empezó a cautivar. Fuimos a cenar una de las mejores pizzas que he probado en mi vida en un pequeño establecimiento llevado por un tunecino y comenzamos a andar sin rumbo para bajar la tripada. El ambiente nocturno de la ciudad es espectacular y definitivamente mi estilo: cerveza barata y charlas en la calle y terrazas. Algo que llevaba echando bastante de menos viviendo en Inglaterra.
Al día siguiente cogimos un bus a Catania (próximo post) pero regresamos el último día para explorar la ciudad a plena luz del día antes de coger el vuelo de vuelta.
Para despedir Palermo fuimos a comer Pani Ca´ Meusa, una especie de bocadillo de bazo de ternera hervido en manteca de cerdo que es patrimonio de la ciudad.
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